El recibo de la luz/ cada dos meses se eleva,/ sube, salta, se encabrita/ y nos hace la puñeta
EL REVERSO: Romance de la subida
Tetuán 30 Días, 4 de octubre de 2013
Oshidori traza un luminoso recorrido desde el princio de los tiempos hasta la irrupción de las compañías eléctricas y su pertinaz gusto por aumentar periódicamente los recibos de la luz. La solución es volver a lo antiguo.
Fue al principio de los tiempos,
según la Biblia revela,
que Dios hiciera la Luz
por separar las tinieblas
y no pasarse los días
tropezando con las mesas.
Hizo ello Dios y vio
que había hecho cosa buena
pues así Eva y Adán
no tenían que andarse a tientas
no fuera que les gustara
palparse estando en porretas.
Pasaron días y noches,
llegó la primitiva era
cuando el hombre se alumbraba
en las lóbregas cavernas
con el fuego provocado
entrechocando dos piedras;
allí no existía Iberdrola
ni cualquier otra hidroeléctrica
para tarifar en vatios
por encender una hoguera
y así vivieron felices
la gente en aquella época.
Mas resultaba algo incómodo
iluminarse con teas
y de ahí surgió el candil
de aceite, algodón y mecha.
Tras este, se comenzó
a afanarle a las abejas
de sus coquetos panales
la blanda y fundente cera
–de esa que dicen que arde,
pues de otra no la encuentras–.
Transcurrieron muchos siglos
a la sola luz de velas
hasta que en el diecinueve
Edison tuvo una idea
con forma de una bombilla
de luz electromagnética.
Ya llegándonos a hogaño
y con la crisis a cuestas
el recibo de la luz
cada dos meses se eleva,
sube, salta, se encabrita
y nos hace la puñeta.
Hoy darle al interruptor
puede dejarte en pernetas
sin un duro en el bolsillo,
literalmente a dos velas,
que son las que has de llevarte
cuando marches a la cueva
–do vivían los ancestros
del principio del poema–
y que empresas y Gobierno
agarren la luz eléctrica
–bombillas, cables pelados,
interruptores y clemas–
y se la metan con tacto
allá por donde les quepa.
Oshidori
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