El motivo de esta carta es denunciar el sobre-esfuerzo físico al que se ven sometidos nuestros hijos durante el curso académico.
A primera vista, podríamos pensar que los niños y adolescentes de hoy en día van mejor que nosotros cuando estudiábamos, ya que han motorizado las carteras y las mochilas, que van dotadas de ruedas para no tener que cargar con tanto peso. Pero no todos los niños van al colegio “motorizados”. Muchos de ellos tienen que cargar sobre sus espaldas, en plena fase de crecimiento, un peso inhumano. Y si no hagan la prueba. Yo lo he hecho con la cartera de mi hija de 11 años, que en un día cualquiera de clase carga con un peso no inferior a 5 kilos sobre sus espaldas.
Dejemos el tema del peso de los libros para quejarnos del precio del material escolar, incluidos los libros de texto. Yo me pregunto: ¿por qué los libros ya no sirven de un año para otro? Yo aún recuerdo cuando mis hermanos estudiaban con mis libros, libros que pasaban de generación en generación y, señores, no hablo de utilizar el mismo libro durante 10 años, evidentemente la educación tiene que estar actualizada, pero cambiar los libros cada año… Claro que las editoriales de algo tienen que vivir, ¿no?
Pero lo surrealista no termina aquí. Ciertos docentes se atreven a pedir a sus alumnos material escolar (lápices de colores, rotuladores, compás….) de una marca concreta. ¿Qué sucede? ¿Resulta que ahora los profesores reciben visitas de comerciales de material escolar y se llevan comisión por usar una determinada marca? Pues, si no es así, párense a pensar en que hay ciertas familias que pueden a duras penas comprar ese material, sí, pero de marcas blancas, para que ustedes me entiendan.
Bueno, espero que poco a poco, desde las Asociaciones de Padres y Madres, luchemos por la gratuidad del material escolar con la subvencionado del Estado, como ya ocurre en muchos países de la CE, si es que queremos equipararnos al resto de los países miembros.