Para chinchar a los propios y hacerse perdonar por el resto, Alberto Ruiz-Gallardón solía jactarse de “verso suelto” de su partido. Es, en cierta forma, el caso de la concejala Montserrat Galcerán, aunque, a decir verdad, el equipo de Gobierno de Carmena parece todo él un poema de rima libre. Las discrepancias de criterio, que ya ocurrieron con el derribo del Taller de Artillería o el desalojo del Patio Maravillas –aunque no, ay, con la abstención de Ahora Madrid sobre el paseo de la Dirección, ésta sí unánime–, han vuelto a evidenciarse con la puesta en marcha de los decretos para rebautizar tres calles del distrito con denominaciones franquistas. Una puesta en marcha sólo un día antes de que el Ayuntamiento iniciase un cambio de normativa, que inhabilita esta competencia de las Juntas.
Que en esta –suponemos– primera remesa de decretos se obvie alguna calle ya sentenciada, como General Yagüe, y se incluya alguna discutible, como Comandante Zorita –cuya denominación el Comisionado de Memoria Histórica recomendaba mantener prescindiendo de la referencia militar–, deja clara la voluntad de puentear el criterio del organismo impulsado por la propia alcaldesa.
Sea como fuere, Tetuán vive problemas más perentorios que los cambios de varias afrentosas calles. Así se comprobó en el Pleno Urgente que se celebró hace unos días, como consecuencia del homicidio ocurrido en la calle de Topete. Una zona que, como señaló la propia concejala, está afectada por un problema largo y con muchas aristas. Tras declarar la incompetencia municipal respecto al “evento” –ay– y dar el sistemático tirón de orejas a la prensa, Galcerán exigió que el suceso no sirviera para crear división y quiso aclarar que ninguna prueba apunta hacia una guerra entre bandas como causa del crimen. Ignoramos si en que una pelea de bar acabe con uno de los participantes regresando a las pocas horas armado y descerraje dos tiros a bocajarro a otro existe algún tipo de atenuante tranquilizador para los vecinos, en el hecho de que el presunto homicida no pertenezca a banda alguna.
No podemos terminar sin aludir a los titiriteros del pasado Carnaval, definitivamente exculpados del delito de enaltecimiento terrorista por la Justicia. Ha sido un año largo y cruel, con el carroñerismo político y mediático aventando la pira a partir de un error de programación, pero hoy queda en evidencia lo cicatero y provocador de algunas declaraciones de entonces. No estaría de más alguna disculpa. Tampoco el Ayuntamiento puede vanagloriarse de su actuación, si bien la alcaldesa ya pidió en su día un perdón que –otra vez– no secundaron los “versos sueltos” municipales. Con los expedientes finalmente sin mancha de Alfonso y Raúl, queda aún por librar de la penitencia al otro gran damnificado por el ‘titirigate’: el barrio.
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