Los Jardines de Carlos París representan un encuentro de las aguas que dieron vida a la ciudad de Madrid. El Acueducto de Amaniel se yergue majestuosamente en la cabecera de la vaguada del Arroyo Cantarranas, que desciende para confluir con el Manzanares, allá aguas abajo del Palacio de la Moncloa. Bajo sus arcos circuló el Canalillo, que, tomando las aguas del propio Canal Bajo, las conducía a lo largo de seis kilómetros regando huertas hasta la del Obispo, que hoy es el conocido Parque Rodríguez Sahagún. Un poco más abajo, caminando por la calle de Juan XXIII nos encontraremos con el viaje de agua de Amaniel. Un punto en el que el Camino del Canalillo discurre por encima del viaje de agua. ¿No es un extraordinario encuentro, donde confluye historia y naturaleza? El canal bajo trae agua de la Sierra desde Torrelaguna, hasta el depósito en la calle de las Islas Filipinas. El viaje de agua de Amaniel, construido en el siglo XVII, aún recoge el agua infiltrada desde el terreno a una galería horizontal excavada en el subsuelo. Allí estuvo la Fuente de Caño Gordo.
Fuente y jardín del Caño Gordo, hacia 1930.
Un encuentro de tres aguas que en un paseo de unos metros puede explicarnos mucho de la ciudad que habitamos. El carácter del lugar y las marcas del tiempo forman parte de la identidad de las gentes. Eliminar estas señas es una forma de “expropiación” y “enajenación”, en el sentido de hacer ajeno de eliminar la propia identidad.
Los Jardines de Carlos París han sido recientemente remodelados. Sus vallas han caído y una intervención largamente esperada se ha hecho visible, causando el desconcierto y el estupor de quienes mínimamente conocen la historia del lugar. Hasta la marca en pintura sobre el suelo que señalaba el trazado del Camino del Canalillo ha desaparecido.
Así es. Un ejemplo paradigmático de “enajenación barrial”. En 2018, el Ayuntamiento encargó un ejemplar trabajo de participación vecinal para pensar el rediseño de este parque. Ni una sola de las recomendaciones ha sido atendida. El suelo duro de la calle que antiguamente permitía el paso de coches bajo los arcos del acueducto sigue intacto. Mejor dicho, aún con más hormigón. No es de extrañar la indignación de muchas personas que conocen y aman su barrio.
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