Este año se cumplen 110 años del nacimiento del corredor
Julián Berrendero, el mito del ciclismo español que se crio en Tetuán de las Victorias
David Álvarez, 5 de febrero de 2022
“¿Eres madrileño? Sí señor; en la barriada de Tetuán de las Victorias nacido y criado. Ahí vivo y espero vivir bastantes años”, decía un joven Julián Berrendero al periodista Joaquín Soriano, en una interviú publicada en el diario As en agosto de 1935. Tenía entonces 23 años, y aunque los archivos sitúan su nacimiento en San Agustín del Guadalix –sus padres trabajaban como guardeses de la casilla del Canal de Isabel II en la localidad madrileña–, el gran pionero del ciclismo patrio presumía del barrio donde dio sus primeras pedaladas, y al que estuvo unido incluso después de dejar la bicicleta.
Apodado “el negro de los ojos azules” debido a su tez morena y su mirada clara, Julián comenzaba a despuntar aquel 1935 triunfando en las Vueltas a Castilla y Galicia, y con un tercer puesto en la ronda al País Vasco ganada por Gino Bartali. “Nadie más popular que Berrendero en su barrio”, escribía Soriano, apabullado por la chiquillería que rodeaba al joven “delgaducho y cetrino” y enamorado “como un choto” de su novia. “El casamiento vendrá después, cuando la ‘burra’ no dé más de sí. Ahora necesito ganar dinero”, advertía.
Al hijo –tuvieron siete– de aquellos guardeses que a menudo aparecen en las fotos de sus triunfos no le quedó más remedio que empezar a trabajar pronto, como pinche para dar agua a los obreros, y no se subió a la ‘burra’ hasta casi la mayoría de edad. “El que tenía bici era un afortunado, aunque era un instrumento de trabajo, claro. Yo a los 15 años no sabía ni cómo se andaba en bicicleta. Hasta los 17 no tuve una. La compré porque me hice electricista y con ella, con la de ir a trabajar, corrí las primeras carreras”, contaría mucho después, en 1979, en el semanario As Color. En sus inicios, explica, no tenía dinero para culottes, así que se cosía la bragueta de los calzoncillos “y a correr”.
Héroe en Los Pirineos
En el palmarés de Julián Berrendero figuran 79 victorias. Fue el primer español en ganar la Vuelta a España –lo hizo dos veces–, logró tres triunfos en el Campeonato Nacional en Ruta y en su debut en el Tour de Francia, en 1936, se alzó con el reinado de la montaña ante un público maravillado por la forma de escalar de aquel muchacho, al que le impresionaba sobre todo la comida que se dispensaba a los corredores. Al año siguiente refrendaría aquel exitoso estreno con una gesta histórica en los Pirineos, donde coronaría en solitario sacando dos minutos a sus rivales y tras ascender, entre otros, los legendarios Aubisque y Tourmalet.
Para entonces Berrendero llevaba ya tiempo residiendo en Pau, después de que un año antes, tras estallar la Guerra Civil en plena carrera, realizara unas declaraciones en defensa de la República que marcarían su vida deportiva y le obligarían a seguir en el exilio hasta 1939. Ese año regresa a España para estar junto a su familia y es detenido en Irún y enviado a diversos campos de concentración.
Julián permanecería recluido 18 meses entre Torrelavega, Burgos y Rota, hasta que un capitán del ejército y antiguo ciclista, José Llona, le ofrece la oportunidad de subirse de nuevo a la bici tras cumplir su castigo: apenas un año después, en 1941, Berrendero iba a lograr su primera Vuelta a España, una hazaña que repetiría al año siguiente, ganando de principio a fin. La racha se truncó al no celebrarse la ronda ni en 1943 ni en 1944, pero en las dos siguientes quedaría segundo, y cuarto en 1947, en cuya última etapa sufrió una fuerte caída –cuando iba a ser introducido en la ambulancia, se volvió a subir a la bici y llegó a la meta–. Su última participación en la ronda española llegó en 1948, edición de la que se retiró debido al fallecimiento de su padre, conocido en el mundillo ciclista como Tío Martín.
“Que descanse un año”
En 1949, ya con 36 años, llegaría su oportunidad de desquitarse en el Tour de Francia, tras el levantamiento del veto internacional para los corredores españoles. Pese a su buena forma, el régimen se iba a cruzar de nuevo en su trayectoria. En la quinta etapa su compañero Dalmacio Langarica sufrió una avería, Julián se quedó para ayudarle y llegaron fuera de control, por lo que el delegado Nacional de Deportes, el General Moscardó, decidió retirar la licencia a todo el equipo: “Si llegaron tarde será que están cansados, así que descansen durante un año para que se recuperen”. Ahí terminó la carrera del madrileño: “¿Qué iba a hacer yo? Pues lo que hice: retirarme”.
Tras ejercer un tiempo como director deportivo, Julián abriría junto a su amigo Macario Llorente un taller de bicis en la Carretera de Francia, en lo que es hoy el Hospital de La Paz –para cuya construcción aún faltaban casi dos décadas–, aunque el negocio no daba suficientes ingresos y Macario se instalaría en solitario como fabricante de cuadros, también en el barrio; en 1951 Berrendero se asoció con Manuel Real para abrir la tienda “Berrendero y Real”, en la chamberilera calle del General Álvarez de Castro, que luego pasaría como Bicicletas Berrendero a manos de su sobrino, y por la que todo amante del ciclismo ha pasado en sus cerca de 70 años de existencia, hasta su reciente cierre.
La tienda fue solo una parte del legado de Julián Berrendero, que fallecería en agosto de 1995, a los 83 años, dejando la primera gran impronta del ciclismo español, pese a que guerras, vetos y castigos injustos le impidieron agrandar aún más su leyenda. Una leyenda que “el negro de los ojos azules” forjó desde las empinadas calles de aquel Tetuán de las Victorias.
Foto 1: Martín Santos Yubero (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid)
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