Eugenio Guerrero es de los pocos que quedan en España, y trabaja en Tetuán
Dorador: oficio en peligro de extinción
Tetuán 30 días, 1 de enero de 2009
Eugenio Guerrero Mancilla nació en Granada en 1948. De familia humilde, su padre era labrador en un cortijo, donde Eugenio vivía con sus padres y hermanos. Con cierta frecuencia, al cortijo iba de visita un tío de su padre, que, conocido como Cano –por su apellido–, era un reputado escultor con varias obras en la catedral de la ciudad de la Alhambra.
Este familiar fue quien, animando a su sobrino a que aprendiera un oficio, le “metió el gusanillo” del arte. Cuando contaba con 16 años de edad, cogió la maleta y emigró a Madrid para probar suerte con los contactos que su tío le facilitó; aunque como él bien dice “tuve que estar muchos años como aprendiz, hasta que pude tener mi propio taller”. Primero trabajó en la empresa Ricardo Macarrón (un conocido retratista), donde nuestro protagonista pasó un largo tiempo aprendiendo el oficio de dorador, restaurador y limpiador de cuadros.
Años más tarde pudo finalmente montar su propio negocio, en un local que ahora utiliza como almacén. Desde hace 11 años trabaja en su taller de la calle de Castillo Piñeiro, número 5, en el distrito. Para este artista, que ante todo es una excelente persona, humilde y de buen corazón, que siempre tiene una sonrisa para los demás, su trabajo es un oficio que no se aprende en la universidad: “Es una lástima, porque cada vez quedan menos doradores en España, por lo que llegará un momento, no muy lejano, en que esta profesión se pierda”.
Dorador y tallista, este granadino lleva años trabajando para los mejores museos de España: el Prado, el Reina Sofía, el Museo de Arte Thyssen-Bornemisza, la Fundación Juan March, el museo Lázaro Galdiano... como también ha recibido encargos del Hotel Ritz de Madrid (una serie de tapices) o de las conocidas hermanas Koplovich (una sillería). Su trabajo para los museos se centra en la realización de los marcos de las obras, que suelen ir acabados con polvo de oro y en ocasiones incluyen grabados, unas veces creándolos de forma original, otras copiándolos de los ya existentes (“hay veces en que algún marco de una misma serie se estropea o se pierde”), debiendo ser idénticos: todo un “trabajo de chinos”.
En estas fechas, este artista se dedica también a la talla de Belenes y otras piezas de imaginería religiosa, encargo de particulares. Algunos de sus marcos tienen el honor de encuadrar obras de pintores tan importantes como Velázquez (Matilde Cobos, Francisco Tolosa y Aviñón), Juan de Herrera o Juan Gálvez (Agustina de Aragón), aunque la sencillez de este maestro, que ni siquiera firma sus obras, hace que no recuerde muchos de los títulos para los que se dirigen sus marcos. Pátinas, plumazón, pelonesas, pinceles de pelo de tejón, siena, negro marfil... Eugenio Guerrero se rodea diariamente de productos y herramientas de nombres tan peculiares como éstos. Todos ellos tratados con el cariño, el tiempo y la dedicación que este excelente artesano pone en cada uno de sus trabajos.
Cristina Sánchez