La historia de estos “colosos” está unida a la llegada del Metro a la capital
Los edificios Titanic cumplen 100 años: cuando Cuatro Caminos fue emblema de la modernidad
David Álvarez, 4 de septiembre de 2023
Hace un siglo, los vecinos de Cuatro Caminos vivieron dos acontecimientos que iban a situar la glorieta a la vanguardia de la modernidad madrileña. El primero, en octubre de 1919, con la puesta en marcha del Metropolitano, cuya cabecera partió de la populosa rotonda y significó la llegada de un medio de transporte eficaz, rápido y económico para que los obreros de la periferia acudieran a sus trabajos en la capital. El segundo, con la construcción, en la continuación del antiguo paseo de Ronda, de los monumentales Titanic, los edificios más innovadores de una ciudad que por entonces andaba construyendo la Gran Vía. También los más altos. Llamados a convertirse, con su estética neoyorquina, en símbolo de la nueva “Gran Vía del Norte” –la avenida de la Reina Victoria–, y que llevaban por nombre el del famoso transatlántico, debido a sus extraordinarias dimensiones y a que, desde lejos, sus remates semejaban las chimeneas del buque fatalmente hundido apenas unos años antes.
Ambos hitos partieron de los mismos promotores: los hermanos Otamendi –junto con Carlos Mendoza y Antonio González Echarte–, que unos años antes habían logrado la licencia para proyectar y ejecutar el primer tramo del suburbano madrileño, y que también intuyeron que el desarrollo de las comunicaciones con el norte de la capital traería una revalorización del entorno. Así, crearon la Compañía Urbanizadora Metropolitana (CUM), filial de la propietaria del Metro, con la que, respaldados por el Banco Vizcaya, adquirieron gran cantidad de suelo a bajo precio en ambas partes de la futura Reina Victoria y hasta la finca Campos de Moncloa, con la idea de llevar a cabo su urbanización, edificación y venta.
Por aquel entonces, el antiguo Camino de Aceiteros apenas presentaba dos edificaciones destacables: el Mercado de San Antonio, muy cerca de la glorieta –y cuya fachada protegida aún se conserva, aunque el inmueble se ha transformado en residencial–, y el Hospital de San José y Santa Adela, conocido hoy como el Hospital de la Cruz Roja, y levantado en 1918 como legado de la benefactora Adela Balboa.
La idea de la CUM era edificar a gran escala, tanto edificios residenciales como hoteles y chalés, desde la glorieta a Gaztambide. Una de las ventajas de esta operación especulativa era que la compra de muchos de estos terrenos se producía en el borde exterior del ensanche establecido por el Plan Castro, que fijaba en Cuatro Caminos el límite del término municipal de Madrid. Esta circunstancia resultaría decisiva a la hora de conseguir los permisos del Ayuntamiento para sobrepasar las alturas máximas contempladas en las ordenanzas del plan.
Unos “colosos” neoyorquinos
Aunque popularmente la denominación ‘Titanic’ abarca a las fachadas que se despliegan desde Cuatro Caminos hasta la calle de Castillero Piñeiro, los primeros edificios, que parten de la glorieta, constituyen los buques insignia del proyecto de la CUM, además de los modelos mejor acabados. Éstos se corresponden con los números 2 y 4 de Reina Victoria –también el 6, aunque éste presenta algunas variaciones– y fueron construidos entre 1920 y 1923 por los arquitectos Julián Otamendi Machimbarrena y Casto Fernández-Shaw, que recurrieron a un monumentalismo cosmopolita, siguiendo la clásica división tripartita –base, cuerpo y remate– de los rascacielos americanos.
Para el montaje de este “inmenso coloso inmobiliario” se utilizaron los más modernos procedimientos constructivos, entre ellos el uso novedoso del hormigón armado para su estructura. Hasta entonces no se había construido nada semejante en Madrid. Más lujosos que los de la incipiente Gran Vía, sus más de 35 metros de altura los situaron como los edificios más altos de la capital, posición que perderían en 1929 con la construcción del edificio de Telefónica, considerado el primer rascacielos madrileño.
Estas innovadoras viviendas estaban pensadas para la incipiente clase media y profesional, según las publicaciones de la época: “Para ese núcleo enorme de médicos, abogados, comerciantes, ingenieros, arquitectos, artistas, militares, industriales, empleados…, que viven hoy en casas antiguas enclavadas en calles estrechas y lóbregas, pues su diaria labor en el centro de la población no les permite alejarse en busca de vías públicas y soleadas y de las comodidades que las casas modernas ofrecen”.
Pero ¿cuáles eran las innovaciones que incluían los Titanic? Según la Guía de Arquitectura del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), estos primeros edificios se caracterizan por su “vocación de modernidad, avanzada dotación de instalaciones y excelentes condiciones de salubridad”. Así, las fachadas rompen su continuidad con grandes entrantes, “que sustituyen a los antihigiénicos patios por verdaderas calles interiores perpendiculares a la avenida”, dotando el edificio de luz y ventilación directa. No obstante, este elemento fundamental de ordenación de los bloques sólo se mantiene en el primer tramo del conjunto.
Los edificios disponen de cuatro viviendas por planta –dos que dan a la avenida y otras dos al jardín posterior– y cuentan “con todos los servicios que la vida moderna exige: ascensores, termosifón, baños…”, defendía Fernández-Shaw. Muestran además un estilo ecléctico, que mezcla rasgos historicistas y regionalistas con un “vehemente internacionalismo”, según el COAM. Entre sus elementos destacados, en la fachada se aprecia el juego de cornisas, el retranqueo de las dos primeras plantas o las pilastras acanaladas y de aristas romas.
Sobre el resto de ‘titanics’, que forman una línea de cornisa de unos 200 metros en Reina Victoria, la Guía añade que “aunque la denominación de Titanic se hizo extensiva al resto de edificaciones del primer tramo de la avenida, la desaparición especulativa de los patios-calle y la menor pureza y rotundidad volumétrica, los convierten en ejemplos devaluados del tipo inicial”. De hecho, el Plan General de Ordenación Urbana sólo salvaguarda el bloque de los números 2 y 4, con protección estructural, y el 14, que dispone de protección parcial.
Auge y caída del Gran Metropolitano
Dicha línea de cornisa albergó comercios conocidos como los Almacenes Progreso, la pastelería Escobar o las cafeterías Bohío y La Tropical. Pero, sobre todo, acogió al Cine Metropolitano o Gran Metropolitano. Ubicado en el número 12 de la avenida, la sala se inauguró en octubre de 1930 como guinda del proyecto de los Titanic, para entonces ya una gran fachada corrida con este único hueco central, reservado en principio para el Teatro Roncero. El Gran Metropolitano contaba con una imponente fachada art decó, aforo para 1.500 localidades, sala de baile en el sótano y una terraza en la azotea para las proyecciones de verano al aire libre. La sala también funcionaba como teatro, y allí se representaron zarzuelas y cantaron y bailaron estrellas como Josephine Baker.
En los años 80, el Metropolitano se transformó en la sala de banquetes Lord Winston’s, que se mantuvo unas décadas hasta su cierre. Con la llegada del nuevo siglo, varios proyectos especulativos trataron de cambiar los usos del espacio y, pese al intento del Colegio de Arquitectos de paralizar cualquier modificación en el friso de los Titanic, el edificio fue finalmente derribado por completo en el año 2003. En su lugar se construyó el Jardín Metropolitano, un hotel de ocho alturas, que mantiene únicamente el nombre de aquellos tiempos de esplendor cinematográfico.
Al mismo tiempo que los Titanic, la CUM construiría al final de Reina Victoria la Colonia Metropolitana, una ciudad jardín o parque urbanizado de viviendas unifamiliares aisladas –al lado de donde, en 1923, se levantaría el Estadio Metropolitano–, además de edificar a lo largo de la avenida y alrededores una docena de nuevas construcciones, dos residencias, dos colegios religiosos, una escuela para la policía y un edificio para la Guardia Civil. Durante las siguientes décadas, la gran promotora del norte operaría ya como una inmobiliaria común –en los años 40 construye la manzana completa del edificio Lope de Vega de Gran Vía, y una década después se encarga del último tramo de esta avenida, incluyendo el edificio España y la Torre de Madrid–, hasta que, en los años 80, la corporación se fusiona con la inmobiliaria Vasco-Central y nace Metrovacesa, una de las grandes compañías españolas dedicadas al negocio inmobiliario.
Los autores: Julián Otamendi y Casto Fernández-Shaw
Los primeros Titanic fueron obra de Julián Otamendi Machimbarrena –el menor de los cuatro hermanos Otamendi, propietarios de la CUM– y Casto Fernández-Shaw, que habían sido compañeros en la Escuela de Madrid. Fernández-Shaw, discípulo de Antonio Palacios –por cuya intermediación recaló en la promotora–, recuerda en su autobiografía cómo fue el encargo: “A los 40 días de obtener el título de arquitectura, recibí una carta de D. José María Otamendi para que acudiera a la Compañía Urbanizadora Metropolitana. Se había terminado el primer trozo del Metro Sol-Cuatro Caminos, y me daban una plaza de arquitecto para, en colaboración con D. Julián Otamendi, proyectar edificios de 35 metros de altura en la entonces avenida de la Reina Victoria, y una barriada entera de hoteles. Cortijos y rascacielos”.
Ambos arquitectos firmaron también por separado otros trabajos relevantes en la capital, algunos de ellos muy cerca de los barrios por donde se extendió la promotora. Así, en la década de los años 50, Julián Otamendi diseñó junto a su hermano Joaquín el Edificio España, y también la vecina Torre de Madrid, los dos rascacielos más altos de la ciudad, hasta la construcción de la Torre Picasso.
Por su parte, Fernández-Shaw trabajó en el taller de Antonio Palacios, donde coincidió con Pedro Muguruza –autor del Mercado de Maravillas–, con quien diseñaría el edificio Coliseum de Gran Vía. También llevan su firma la gasolinera Porto Pi de Alberto Aguilera, considerada una de las primeras muestras de la arquitectura moderna en España, y la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias –junto a Miguel Durán Loriga–, que alberga a la patrona de Tetuán.
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