Don Quijote y Dulcinea, amor sin roce: despiadado callejero


Dulcinea es abierta, amplia, acogedora, maternal. Quijote es estrecho, desastrado, un poco sucio. Se rondan. Pero no llegan a tocarse. Como hacían antiguamente los novios en los pueblos. Siempre en presencia de alguna carabina que impidiera las habladurías. Lo otro quedaba para la soledad de la era.

Un callejero despiadado les ha condenado a que apenas puedan verse de reojo en alguna esquina de este barrio de Cuatro Caminos, distrito sexto, Tetuán. Muchas carabinas y ninguna alcahueta.

Quien más cerca les permite estar, aunque tampoco como para tirar cohetes, es un político de nombre poderoso, Raimundo, y apellido rimbombante, Fernández Villaverde y García del Rivero. Aunque el segundo apellido no se refleja en las placas. Quizá por ahorro, quizá para ayudar a que cincuentones como yo, que pasean por el barrio, podamos leerlas sin dificultad.

Quijote, pese a que serán al menos 50 metros en esta parte más estrecha, clama entusiasmado que el suave aroma de Dulcinea le llega allí nítido, elevándose entre los humos de los coches que suben a Cuatro Caminos o bajan hacia El Corte Inglés de La Castellana.

La piedad de Raimundo quizá deba leerse en clave electoral. Quizá no sepa que está muerto y pretenda con este gesto ganarse unos votos para su circunscripción de Ponte Caldelas. O quizá sea sólo una buena acción.

También piadosa, aunque sólo por la esquina redondeada, es la Reina Mercedes, a quien, no olvidemos, tampoco se ha dejado reposar junto a su amante esposo. Aunque, claro, qué hacemos con María Cristina. Probablemente un trío no iba a estar bien visto, ni siquiera 100 años después de su muerte.

En el resto de su recorrido, Dulcinea y Quijote distan como 70 metros. Les separan, o les unen, según se mire, ciudades y pueblos que nunca conocieron ni el uno, ni el otro. Hernani, Oviedo, Palencia y Jaén. También Artistas les marca la misma distancia. Aquí, en deferencia a Cervantes, insigne escritor, quizá podía haberse esperado algo mejor.

Ni siquiera el callejero les da el gusto de llegar de la mano hasta el final. Dulcinea es más estilizada y todavía se estira un poco más. Primero por Aquilino Domínguez. Después por Bruno Ayllón y termina en Ávila.

Un tramo en el que se oyen noche y día los lamentos del Caballero de la Triste Figura, por ese quiebre del destino y esa decisión de constructores y arquitectos.

Lejanos y olvidados en otros lugares de este Madrid quedan más al sur Sancho Panza, Rocinante, Clavileño o Sansón Carrasco. También el propio autor del sueño, Cervantes. Y al norte, con sus tres olivos, una suerte de ensoñada Barataria, donde el Ingenioso Hidalgo o el Caballero de la Blanca Luna pueden reposar en el reino de Micomicona.

Quijote les echa de menos a todos. A sus compañeros. A sus lugares. A sus aventuras y lances. Y a quien le soñó recluido en una prisión.

Pero, sobre todo, echa de menos a Dulcinea.

Al final del todo, tras el argentino Perón, la Infanta Mercedes le toma el testigo a Dulcinea. La Infanta, quizá, como Raimundo, no sepa tampoco que está muerta. Que murió tras dar a luz a Isabel Alfonsa.

Fue precisamente el año en el que se proclamó Rey de España a su padre, Alfonso XII, cuando apareció Dulcinea por Cuatro Caminos. Era alcalde de Madrid el Conde de Toreno.

El Caballero de la Triste Figura tardó todavía 12 largos años en aparecer de forma oficial, aunque los vecinos ya habían empezado a bautizar así a la calle. Era alcalde entonces Alberto Bosch, que no debió caer en que paralelos nunca se tocarían.

Ni una mísera caricia. Poco le cundió estudiar Ciencias Exactas y una Ingeniería de Caminos. ¿No había otros seres pensantes en la casa de la Villa?

Se unía a los enamorados, pero no lo suficiente. Unidos, pero separados. Una terrible tortura. Saberse tan cerca, pero sin poder tocarse.

No sería descabellado pensar en reajustar los nombres. Aunque sólo fuera un poco. Sería una propuesta imbatible para un programa electoral. Que Dulcinea y Quijote, Aldonza y Alonso, perpendiculares, pudieran abrazarse. O quizá que una, a lo mejor Dulcinea, pasara a ser Plaza y el Ingenioso Hidalgo desembocara en ella. O al revés. Que tanto monta.

Sigo caminando, miro hacia la Glorieta y avivo el paso, tras pasar el antiguo hospital de jornaleros. La aplicación me dice que el 127 llega en un minuto a la parada y hace mucho bochorno para seguir en la calle.

Adiós, pareja. Ojalá más pronto que tarde se deshaga este entuerto y podáis volver a estar juntos.

A Lucía y a Miguel

Foto: Ayuntamiento de El Toboso.


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