El REVERSO: Romance gastronómico

Chefs, comilones, foodies,
cocineros, cocinillas,
tragaldabas, zampabollos,
gargantúas, sibaritas,
realities televisivos,
libros, talleres, revistas,
mercados pijos, gourmets,
salones y comidistas
alimentan la burbuja
que vive hoy nuestra cocina.

Hoy no existe un restaurante
que ofrezca un plato del día
sin su espuma de higo chumbo
ni su frufrú de ambrosía.
Si los jueves elabora
la paella preceptiva
se adereza sobre un lecho
de musgo, hongos y arcilla,
se sustituye el arroz
por alubia blanca o pinta
epatando al comensal,
aunque te lance una silla.
El cocido de los martes
se ha de tomar con pajita
e igual se beberá el vino,
según la idea peregrina
que recientemente tuvo
la última triestrellita.
Las hordas del botellón
seguro desconocían
que haciendo sus calimochos
“creaban” gastronomía.
 
Hacedores de cupcakes,
panaderos a la antigua,
recetas para solteros
que ni saben hornear pizzas,
veganos comepepinos,
trileros paleodietistas,
rastreadores del buey
que no sea vaca marchita,
enamorados del sushi,
reinventores de tortillas,
asiduos a eso del brunch
lo de que toda la vida
se ha llamado el bocadillo
que se toma a mediodía,
hamburgueseros de Kobe,
gin tonics de ensaladilla,
mucho foie y mucho aguacate
y, lo esencial, la vajilla,
cuadrada o rectangular,
de pizarra ennegrecida.

Con estas cuentas y cuentos
los Chicote y compañía
han alcanzado un caché
como el de los futbolistas,
gracias al tropel de incautos
prestos a fundir la Visa
para comerse el más raro
bocado de su cocina.
Fíjense, justo al contrario
de lo que hace Casillas,
que él solo se come todo
lo que va a su portería.

Oshidori


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