HOGAR, AMARGO HOGAR

Quiero hacerle conocedor a usted y a todos sus lectores de un hecho insólito, a la vez que muy desagradable. ¿Alguna vez han oído o leído que el propietario de su casa se haya tenido que ir porque sus vecinos en régimen de alquiler no paraban de molestar? Pues a mí y a mi familia –tengo dos hijos pequeños– nos ha ocurrido.
Vivíamos en la calle de los Algodonales, pero la mala educación de unos inquilinos, una pareja de españoles para más señas (lo digo por aquellos que piensan que las molestias siempre las originan los de fuera), nos ha obligado a hacer las maletas e irnos a casa de un familiar. Así de cruel y real. Llevábamos casi dos años soportando ruidos, martillazos a deshoras, arrastrar de muebles, fiestas… Y todo eso, les recuerdo, encima de la habitación de dos niños pequeños.
Desde aquí, “gracias” a la propietaria, a la que le hemos pedido en muchas ocasiones que los echara, pero ha demostrado que lo único que le importa es recibir el dinero del alquiler cada mes. Y “gracias” a estos dos impresentables, a quienes sólo espero que un día se les haga realidad el dicho de que “a todo cerdo le llega su San Martín”.
Finalmente, permítame que esta carta la firmen mis dos hijos, a los que intento educar cada día, para que nunca se comporten de una manera tan irrespetuosa y maleducada.

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