Reunión de extrema urgencia
en la sede de Correos.
Los ediles de Carmena
deben pensar en un método
para que todo Madrid
no parezca un vertedero.
«Me está matando la prensa»,
dice, haciendo un puchero,
la concejal Sabanés,
jefa de los barrenderos.
«Me dijisteis que en cien días
todo estaría perfecto»,
se calienta la alcaldesa,
«y ya han pasado doscientos.
El plan de limpieza exprés
fue un alivio pasajero
mas al poco de limpiar
todo vuelve a estar mugriento,
y para un día que digo
que ayuden niños y abuelos
a mantener todo limpio
lo toman a cachondeo.
Así que venga, a pensar
u os pongo a barrer los suelos».
Retumba en el Consistorio
un estridente silencio
que va a romper Celia Mayer,
diciendo algo como esto:
«No me habléis de más limpiezas
que yo bastante ya tengo
con limpiar a los franquistas
que habitan el callejero»,
se excusa la de Cultura,
sin meterse en más jaleos.
«Culpemos a Ana Botella
y a los contratos peperos»,
aventura Nacho Murgui,
en un alarde de ingenio.
Al escucharle, Valiente
sonríe, y sigue durmiendo.
«Dejadme pensarlo un poco»,
dice el concejal Barbero,
con una voz temblorosa
y escondido en el aseo,
a salvo de los escraches
que le dan tanto tormento.
«Quememos a los que ensucien
como ardieron los conventos»,
grita Rita de repente,
y se santigua al momento.
Todos, en tal situación,
se giran hacia Guillermo
Zapata, que se encontraba
inventando chistes negros,
y allí mismo se le ocurre
la broma del cenicero.
– «Bingo», clama Carmena.
– «Bingo», repite el resto.
Ceniceros gratuitos
para no echar en el suelo
los filtros chupeteados
por el vicio tabaquero.
Aunque guardar las colillas
no sea un invento nuevo:
es lo que hacía la tonta
del bote ya hace algún tiempo.
Oshidori
EL REVERSO: Romance del cenicero
Tetuán 30 días, 1 de marzo de 2016
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