La entonces Dehesa de Amaniel albergó a los soldados durante dos días
La acampada militar que “bautizó” Tetuán cumple 160 años
David Álvarez, 4 de mayo de 2020
Un 10 de mayo de 1860 se levantaba en la Dehesa de Amaniel −hoy más conocida como Dehesa de la Villa– el campamento de las tropas victoriosas procedentes de la Guerra de África. Al día siguiente habrían de hacer su entrada triunfal en la capital, en lo que popularmente se recuerda como el acontecimiento fundacional del barrio de Tetuán de las Victorias, nombre tomado de la ciudad marroquí donde tuvo lugar la decisiva batalla.
El entusiasmo por la victoria contagió al pueblo español, que lo celebró de forma multitudinaria por toda España. En Madrid, el Ayuntamiento aprobó la cantidad de 435.000 reales de vellón para los festejos, que incluían una función en el Teatro Real, corridas de toros, música e iluminación de edificios y plazas.
Aunque la idea inicial fue levantar el campamento en la Dehesa de los Carabancheles –lo que hubiera dado al traste el “bautizo”– finalmente se eligió la Dehesa de Amaniel, “situada entre las tapias de la Moncloa y las obras del Canal de Lozoya, a la izquierda del Camino de Francia”.
Unos festejos históricos
Los días previos habían ido llegando las tropas, y el 10 de mayo quedó dispuesto un campamento semejante al de campaña. Una ciudad ambulante “levantada en breves minutos”, gracias al “ingenio de la guerra”, señalaba la prensa. Recién llegado a Atocha, el victorioso general Leopoldo O’Donnell, Duque de Tetuán, se dirigió a caballo hasta la acampada, donde contaba con tienda propia, regalada por el Ayuntamiento. Por la tarde, ministros y personalidades distinguidas de la sociedad madrileña se unieron al pueblo llano y acudieron en masa a visitar el emplazamiento.
Se calcula que hasta el lugar arribaron entre 40.000 y 80.000 visitantes, “la quinta parte de la capital, al menos”. No hubo transporte en la ciudad que no se ocupara del traslado a la Dehesa durante el día. Como describiría ‘La Época’, “puede decirse que la población entera de Madrid se trasladó ayer al campamento de los cuerpos recién llegados de África. La carretera, atajos y senderos que, a través de los campos conducen a aquel punto, se hallaban literalmente cuajados de gente, que acudía ansiosa a dar la bienvenida a los héroes”.
Por la noche se celebró un banquete en honor de los generales, servido por “el fondista L’Hardy”. Hubo banda de música y fogatas, y gran parte de la muchedumbre pasó allí la noche: “El campamento era a las seis objeto de una verdadera romería. Por todas las avenidas llegaban miles de personas, se agolpaban a las tiendas de generales, y no se apartaban hasta que lograban verles (…). Así se fueron sucediendo las horas hasta las tres de la mañana, sin que cesase de acudir concurrencia y de ser devuelta otra vez a Madrid por los ómnibus y los carruajes de todo género”, publicó ‘La Gaceta militar’.
El día siguiente, 11 de mayo, era el señalado para la entrada de las tropas. A primera hora, la reina Isabel II se acercó al campamento en una carretela descubierta. Tras la visita, la monarca renunció al almuerzo preparado, “por no prolongar demasiado la fiesta y no molestar a las tropas que tenían que partir para entrar en Madrid”.
Tras la visita real, un cañonazo indicó el momento de batir las tiendas, que se hizo instantáneamente, y las tropas se dispusieron para hacer su entrada triunfal. El recorrido fue el siguiente: Carretera de Francia, la Ronda y Puerta de Atocha, Salón del Prado, calle de Alcalá, Puerta del Sol, Arenal, Plaza de Palacio, de la Armería, calle Mayor y Carrera de San Jerónimo.
Calles y edificios del recorrido, tanto oficiales como particulares, se engalanaron con luces y trofeos, el gentío vitoreaba en las calles y arrojaba flores al paso del ejército. Tras finalizar la marcha, las celebraciones y la música continuaron aún. Terminaban dos días que quedarían grabados en la memoria de Madrid, asociados ya para siempre a aquel extrarradio, que aún hoy conocemos por Tetuán de las Victorias.
El “mito de lo militar”
Para algunos, no obstante, el “mito de lo militar” en la génesis del barrio apenas se sostiene: no parece que una acampada de apenas dos jornadas, por mucha expectación que causara, pudiera servir de por sí para desarrollar un enclave tan periférico. Pese a ello, no cabe duda de que aquel episodio sirvió para “bautizar” el incipiente núcleo urbano, le otorgó como patrona a Nuestra Señora de las Victorias y dispersó por su callejero toda una nomenclatura relacionada: O’Donnell –como se denominó a la antigua Carretera de Francia, hoy Bravo Murillo–, Castillejos, Wad-Ras, Ceuta, Sierra Bullones, Serrallo, Voluntarios Catalanes…
El historiador y vecino del distrito Antonio Ortiz califica el “mito militar” como un “error interesado” para explicar el origen del barrio, que atribuye a “la llegada de la población trabajadora expulsada del centro de la ciudad y su establecimiento en las carreteras de acceso, tal y como sucedió, casi al mismo tiempo, en otros barrios como Vallecas o Prosperidad”.
Por su parte, Mª Isabel Gea, en su libro sobre la historia del distrito, hace coincidir el nacimiento de la barriada con el campamento, y señala que “anteriormente solo existían por los alrededores algunas casas de recreo y numerosas huertas”. Con la llegada de las tropas se formó un mercadillo en los alrededores, “tanto para abastecer las necesidades de los soldados como para los miles de curiosos que se acercaban por allí desde Madrid. Con el tiempo se fueron creando merenderos y ventas, a donde los madrileños acudían los fines de semana a pasar un día de campo”.
Cabe recordar que ese mismo año se aprobó el Plan Castro, que trazó nuevos barrios como Salamanca o Argüelles. Los inmigrantes que no podían instalarse en estos ensanches lo hacían “en el extrarradio, en infraviviendas desprovistas de los servicios más elementales”. Este fue el verdadero impulso del barrio: “La mayor parte de la población de Tetuán eran jornaleros que trabajaban en las obras del ensanche o en las industrias que había en la zona o en Cuatro Caminos”, lo que le dio un carácter obrero al barrio, que había comenzado a crecer en dos núcleos ajenos hasta avanzado el siglo XX: Cuatro Caminos y el propio Tetuán, a la altura de las calles de Alonso Castrillo y Tablada –entonces, San Pedro y Prim–.
El padre Coloma lo definió en su novela ‘Pequeñeces’ (1890) como “un pueblo de barracas”, y Félix Morales recordaría en el libro ‘Tetuán de las Victorias’ que, junto a las tropas, “vinieron los que fundaron la barriada que, ávidos de negocio, empezaron a instalar sus comercios en cajones y edificaciones provisionales, incrementándose el desarrollo de la población rápidamente”. Aunque hasta 1955 perteneció al municipio de Chamartín de la Rosa, el desarrollo de Tetuán ya desde las últimas décadas del siglo XIX llevó a los responsables municipales a trasladar sus dependencias a este lado de la Plaza de Castilla, donde la mayoría residía y tenía sus negocios.
Finalmente, en 1948 Tetuán se incorporaba a Madrid, tras la anexión de Chamartín de la Rosa por parte de la capital. Siete años después, se convertiría finalmente en distrito independiente.
Foto B/N: Grabado de ‘El Mundo Militar’ (1860, Hemeroteca BNE).
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