La Fundación Madrina, un dique contra el desbordamiento de las ‘colas del hambre’

Con la pandemia esta entidad con sede en el distrito pasó de atender a 400 familias al mes a 4.000 al día


La Parroquia de Santa María Micaela y San Enrique, en la Plaza de San Amaro, ha sido uno de los grandes espejos –si no el mayor– desde el que España ha podido ver reflejada la incesante crecida de las “colas del hambre”, propiciadas por la crisis social derivada de la covid. Un año después de la llegada de la pandemia, alrededor de 500 personas diarias son atendidas allí por la Fundación Madrina, que de la noche a la mañana vio cómo pasaba de atender a 400 familias al mes a 4.000 al día.

Desde primera hora, una treintena de voluntarios organizan la atención y preparan los repartos de alimentos y pañales, y se distribuyen decenas de sillas para facilitar la espera de los más vulnerables. La plaza se va llenando de carritos, de bebé y de la compra, y se organizan dos filas, una para madres con hijos y otra para el resto. Muchos llegan buscando a Conrado Jiménez, presidente de la Fundación Madrina, que atiende cada petición y se encarga de las tareas organizativas. Hoy la entidad resuelve dos realojos: una familia que dormía en una furgoneta y otra procedente del Samur Social, que se irá a vivir a un pueblo a las afueras de Madrid, donde les facilitarán también un empleo.

Conrado sube las escaleras frente a la iglesia y pregunta en voz alta quién tiene problemas de alojamiento o de manutención de los niños, si alguno precisa bombonas para calentarse o si le faltan papeles –ellos se encargan de los empadronamientos y, desde hace unos días, de elaborar la declaración de la renta a quienes estén obligados a hacerla–, y hace hincapié en la oportunidad que supone aprovechar los alojamientos de que disponen fuera de la capital, sobre todo en el caso de familias con pequeños en edad escolar. “Las ciudades se están convirtiendo en una trampa mortal para quienes tienen hijos, hay que buscar entornos más amigables”, explica.

Sin ayudas

Después improvisa una oración y pide un aplauso para los presentes, “los auténticos héroes, por vuestra humildad y coraje”, en contraposición con los políticos, “tan pobres que solo tienen poder”, y a los que responsabiliza por la “mala gestión económica de la crisis sanitaria” y porque el 98% de las familias en situación de pobreza –según datos de la propia fundación– no reciban ninguna ayuda oficial.

El presidente de la Fundación Madrina explica cómo ha ido cambiando el perfil de quienes reciben las ayudas: “Al principio era sobre todo gente sin papeles, que trabajaban en el servicio doméstico; después vinieron parados de la hostelería, luego de los Ertes… desde septiembre llegaron muchos autónomos… y también a los que les retiraron la renta de reinserción, porque iban a recibir el ingreso mínimo, y tampoco les ha llegado”.

Hace dos décadas, tras un grave accidente, Conrado Jiménez dejó su trabajo en un banco y marchó al Tercer Mundo como misionero, para conocer cómo vivían los niños de la calle o las dificultades de las mujeres que daban a luz. A su vuelta creó la fundación, que tiene su sede en la calle del Limonero, en el distrito.

20 años de atención

Pese a que el recurso alimentario funciona desde sus inicios, antes de marzo de 2020 era una parte marginal del trabajo solidario de la fundación, enfocada en la atención y el acompañamiento al colectivo “materno-infantil”. Pero la pandemia y la crisis económica y social lo han cambiado todo: durante las semanas más duras, Madrina fue la única asociación que se mantuvo abierta, y el Ayuntamiento le encargó el servicio de reparto de comida, “así que tuvimos que constituirnos en banco de alimentos, y en ese tiempo estuvimos dando servicio a todo Madrid”, recuerda Conrado. Desde entonces, han recibido más de 250.000 llamadas de emergencia alimentaria y sanitaria y han atendido a cerca de medio millón de familias y niños, suministrando alimentación e higiene de bebé.

La Fundación Madrina lleva desde 2001 ofreciendo ayuda a colectivos en riesgo de exclusión en el ámbito de la infancia, mujer y maternidad, además de asistencia a embarazadas y madres, pero también ayuda a cerca de 25 entidades, entre ellas al colectivo LGTBI+ vulnerable, y recibe diariamente unos 60 casos derivados de servicios sociales y otras instituciones. En este último año, ha multiplicado su actividad social por 300 y recibido la ayuda de 1.500 voluntarios –entre ellos, ginecólogos, trabajadores sociales, pediatras…–, que han repartido miles de toneladas de alimentos, higiene y enseres de bebé.

La fundación es apolítica y no recibe ayudas oficiales por su actuación con los más desfavorecidos. Su labor es un ejemplo de dedicación ante una situación que, tristemente, será duradera. “Esto se va a prolongar años, porque estos problemas no los soluciona la vacuna”, concluye.

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